Por Sofía Elizabeth Haro Vera
Era una tarde de agosto cuando llovía. Él estaba bajo el resguardo
de un árbol. Solo tenía una cosa en mente que eran miles de letras ahogadas por
enormes gotas de aguas que caían sobre su cabeza. El ahogamiento era tanto que
no le dejaba aclarar sus ideas, debía de existir un orden para que,
después, fluyera con coherente fantasía.
Llueve en agosto, pensaba y repetía
mientras paseaba la lapicera entre sus manos. La miraba insistentemente
como quien espera sin esperar, mientras las gotas seguían cayendo con la risa
del viento y las horas seguían su curso sin parar, minuto a minuto; segundo a
segundo; inclusive las letras podrían haber marchado en todos esos espacios de
tiempo sin encontrar el sentido de la palabra. No había respuesta alguna ni
nada que las hiciera que se salvaran del cauce en el que se habían perdido; la
lluvia de agosto se había llevado sus ideas, pero de pronto cesaron las gotas.
Sacó de su chaqueta un cigarrillo y lo
encendió, despreocupadamente pensó: ¡Qué más da! La lluvia se ha llevado toda
mi cosecha de palabras, esperaré a que llegue la lluvia de septiembre a ver si
me las devuelve.
Imagen del sitio <http://www.medciencia.com/wp-content/uploads/2013/07/lluvia.jpg>.
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