jueves, 14 de mayo de 2015

INNATAMENTE JUANA

Por Itza Guadalupe Rodríguez Martínez
Sus hombres tenían la naturaleza de parecerse. En realidad, ella tenía el capricho de escogerlos: albañil de paso por antítesis, intendente de rutina y velador de oficina solitaria. También cabían en la categoría, aquellas criaturas que tuviesen la peculiaridad de ser excelentes amantes anónimos, esos de insostenible mirada imperativa carpe diem que tienen un trabajo de sueldo mínimo y nunca les parece menospreciable una cogida gratis. La vulgaridad de esos hombres, se le había volcado en un milagroso juguete para disipar el tedio.
Ese tiempo elástico la colocaba cerca del televisor obligado en una sala de esperas. Buscó sentarse lejos de la guardia bizarra que comía chicharrones con mayonesa. Quien se chupaba los dedos en una estancia de aire acondicionado, estilo Barragán, mermando poco a poco, el ánimo cristalizado de Juana. El crujido de la botana, más la tele, más el aire y sobre todo, el engomado cabello restirado de la mujer uniformada, todo se convirtió en un lustroso tedio a punto del grito. Esa escena parpadeante tenía que ser ensordecida ante un interminable portazo. Pero Juana esperó; porque podía. Juana tenía la valentía borgiana para hablar de sí misma, porque le era irrelevante tutear la vanidad ajena. Su naturaleza tenía el inconveniente lógico de evitar a toda costa, la comprensión existencial de otras personas. Ese tipo de personas que, irreverentes miran el iris del otro, un sí únicamente mismo, como un reflejo. Ella había logrado por muchas ocasiones, evitar a su madre, sus amigas y hasta a los pasajeros de los autobuses. Le parecía absurdo tener que cargar con el paradigma de los tv shows feministas. La boca del estómago le taladraba como acetileno, cada vez que miraba por la ventana del televisor; la escena de la rubia decolorada entrevistando a la mujer híbrida de más de ocho estómagos postmodernos que, rumiaba su plegaria, agudísimamente intima en fracasos maritales, a la incrédula longitud de espectadores en una época sarcástica. Ese lamento, buscaba reflejarse en una incompatible globalizada mercadotecnia, dedicada a la diversión de las buenas intenciones. Sin prótesis ni efervescentes filosóficos, Juana sabíase dueña de una herencia naturalmente pedante, completamente diferente a esa gentuza televidente y melodramática, que pierden el tiempo en una fila de lástima. Por ejemplo, en una comunidad rural cuando las mujeres van al molino de maíz, se forman de acuerdo a un regular turno. Mientras en la gran ciudad de Juana, una mujer cree que una sonrisa acompañada de una imperativa cortesía, puede saltar toda esa fila. Juana hizo esto en la parada del autobús, en la caja del centro comercial y hasta en la sobria fila del banco.  Muy en contra de su necesidad de ser única, tenía la sencillez cultural de toda una dama de izquierda. Ahora mismo, se encontraba tentada a entrar con una ponzoñosa disculpa a la oficina tan esperada, de la cual, ni siquiera se molestó en circundar con el protocolo establecido, de la llamada previa para una cita. Trató de divagar la mirada, pero sistemáticamente reincidía en las tropelías de la vigilante. La escudriñó con la tóxica necedad de comparar su catastrófico porte de machorra, consigo misma. La sempiterna sonrisa, resbalaba por la descarada ceja rasurada, el cinturón masculino, que acentuaba el huevo del vientre. Y ahora, su decadente manera de recargar los codos sobre las rodillas, descuidaba los pliegues de la ropa con la gravedad de un vago. Benditamente el examen no arrojó ningún signo análogo, la mujer seguía moviéndose con la naturalidad de una bienaventurada. ¡No! Ahí estaba, el detalle del movimiento más sucio, acusando a Juana, ese maldito instante en que asomaron desparpajadamente las pantaletas de la susodicha. Se le vino crucialmente la inequívoca imagen, de la modelo posando toda la innegable elegancia, que proporciona el color rosa palo a un bikini discreto ¿Por qué esa tan molesta caricatura de mujer, con un cinturón altisonante, había de usar unos calzones así? Rojos, fiusha, blancos, negros del mismo modelo, eligió estos. Su tipo predilecto de ropa íntima. Esos calzones habían significado la antagónica expresión “hacer el amor” (con calzones para la ocasión) y su indiferente presente categórico del aquí ahora. Quiso patear, morder, pellizcarla y acabarla, esconder el último rastro de esa tipa. Pero tomó su hasta ahora bolso, y salió al baño, porque la máscara para pestañas estaba carbonizándole los ojos. Entró al baño, como la niña berrinchuda ha cerrado la puerta a los padres. Lloró y gimoteó un poco. Ahora pensaba en lo horrible que era pensar, que esa policía vulgar era la posible mujer de alguno de los hombres anónimos, para los que ella, sólo era una puta.
De pronto sus lágrimas se convirtieron en una urgencia de micción, así que empujó la primera puerta de la hilera de baños y tras echar un vistazo, la volvió a cerrar, podía elegir uno mejor. Entonces fue al último, pero la puerta no cedía, pateo con fuerza, y se deslizó el dorso de una chica. Resulta que parecía una muerta, pero en realidad sólo estaba ensangrentada y parapléjica de miedo. Juana sintió más asco de este baño, que del primero, pero también sintió un eco de ternura. Acaricio las rodillas amoratadas de la adolescente, pero la otra ni siquiera le miró. Pensó en tirarla de los brazos, pero con ese cuerpo tan entumecido como peso muerto, sólo le lastimaría, y tardaría mucho lastimándola en ese metódico avance a la salida. Sólo quedaba el más lógico de los métodos, dejar que se ocupen los que trabajan para ello. Salió del baño corriendo hacia la policía chupa dedos, quién seguía el coro del tv show:
-¡Que pase el desgraciado! ¡Que pase el desgracia…- Juana interrumpió de golpe en la sala. -¡Hay una chica que necesita ayuda médica, parece que la violaron en el baño!
-No diga eso seño, aquí no ha pasado nada. Pero para su tranquilidad, ahorita que me desocupe vemos que tiene la chamaca.
-¿Acaso usted no entiende?- La miró de soslayo y soltó su chicharrón, no había terminado el programa, pero apagó la televisión en vista de esa mujerzuela estirada que tenía de frente. Llegaron hasta el baño arrastrando tanto el odio mutuo, como el tedio de la obligación humanitaria.
-Seño, pero si esta cabrona es una puta- Se dirigió con el ceño fruncido a la chica y engrosando la voz chillona le dijo: -A ver pinche loca, te me levantas y te vas a chingar a tu madre-. La chica por fin reaccionó y como por arte de magia, revivió y saltó en huida. Juana se preguntó cómo puede despertar la muerte de un solo golpe.
-No doña, esa chiquilla es una piruja que viene a drogarse, la muy pendeja de seguro le tocó uno muy cabrón y la dejó como santocristo, pero bien que se lo busca la nanga-. En seguida, Juana dejó hablando sola a la vulgar mujer, para ir en ayuda de la criatura anónima. El pasillo era largo, así que aún pudo verla salir por el lado izquierdo hacia la calle empinada, le persiguió con cierta distancia para medir sus indagaciones. No dobló ninguna calle en esa avenida, entró a una casa abandonada y ruinosa. Las paredes de humedad y orina diluían el escenario en una cincelada sombra. Subió una escalera, dueña del eco de los pasos perdidos en cada peldaño. ¿Y qué le diría al reencontrarla, que llevaba consigo algo de yodo y gasas para curaciones?
Debía pensar algo pronto para persuadirla de sus buenas intenciones, regenerarla en la institución donde trabajaba, decirle que aún tenía la oportunidad de regresar al mundo de la gente educada. Trabajar, estudiar, tener una beca y dejar las drogas. Sí, su técnica era elaboradamente un himno memorial de la dignificación femenina. Esto pasaba por su cabeza, cuando intempestivamente ¡traz!, una bofetada espontanea le tiró contra la pared, resbalo algunos escalones abajo, pero la misma mano que antes le golpeó, la atrajo de nuevo. La tomó de espaldas y embarró su dorso en la lamosa pared. Ahora sentía el cáliz y cuerpo de esa orina penetrada en las superficies. No se defendió, como la policía asquerosa había dicho antes: - Ella se lo busca por pendeja-, ni más ni menos le quedó la frase. Ahora el maldito hacia su rutina, y lo peor, ahora ella necesitaría la publicitaria lástima de su propia campaña de programas de reintegración social. El hombre no fue tan malo, primero había sacudido su verga suave y elástica entre sus nalgas, lo cual lubricó bastante sus labios vaginales, vibrando de adrenalina, después la jaló del cabello con una cuidadosa manía de dominación suave, como cuando sujetas la correa a tu perro, para que no se haga daño caminando libre por las calles. Además, ese hedor dulce de la orina, despertaba en ella una nueva tranquilidad ámbar, que sedaba sus sentidos, el hombre anónimo finalmente pasó del primer orificio de Venus al segundo altar de Sodoma, suavizó sus nalgas con algunos manotazos, y las apretó contra sí, para sostener su cuerpo en vilo. El respiro del hombre fue un tibio sopor en su nuca, y finalmente una inesperada dentellada en el hombro, atacó con la venida del buen bálsamo lechoso. Sintió como resbalaba el líquido por sus nalgas, esa tibia sensación la dejó entumecida, y se encharcó en el suelo completamente ebria de sudores.

Cuando volteó hacia la escalera, sólo vio una sombra desaparecer que arrastraba su eco de pasos, cada vez más lejos. Miró arriba, a donde había intentado llegar, ahí aguardaba la chica,había mirado todo. Sólo se acercó un poco para tocar sus rodillas raspadas por la caída de los escalones, y limpió con el torso de la mano la sangre a borbotones que escurría en su hombro. 

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INNATAMENTE JUANA  es un cuento realizado por Itza, alumna de 8°semestre de Letras Hispanoamericanas en la Universidad de Colima. 

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